En el cuarto episodio de El Ministerio del Tiempo viajábamos hasta finales del siglo XV para ver como los protagonistas eludían un Día de la Marmota medieval para salvar al judío autor del Libro de las Puertas, y de paso conocían a Isabel I de Castilla y al inquisidor Tomás de Torquemada.
La serie en su quinto episodio vuelve a recurrir a épocas más cercanas que no el Siglo de Oro español o la Edad Media para llevarnos hasta la década de los ochenta —principalmente, porque también visitamos brevemente los cuarenta—. El objetivo de la misión de los tres protagonistas no es otro que el de recuperar el recibo que acredita la posesión de España del más famoso cuadro de Pablo Picasso: el Guernica.
Los ochenta supusieron una época de cambio de España: son los años del rock urbano y de la revolución musical, de la televisión como medio de masas a punto de despegar y también supone una etapa muy emotiva para Julián, pues son los mejores años de su vida en el barrio madrileño donde se crió. El tour que hace por su barrio es de los mejores momentos que nos llega a brindar el episodio, y esa es la manera que tienen los creadores de la serie de hacernos partícipes como espectadores en la intención del episodio y dejarnos uno de esos obligatorios interrogantes tan habituales de El Ministerio del Tiempo: ¿viajaríais si pudierais hasta los mejores años de vuestra vida? ¿Haríais un recorrido por aquellos lugares que os marcaron de pequeño, tanto buenos como malos? Es como ver una película de tu vida, pero sin estar muerto.
Cualquier tiempo pasado —no es este el caso, pero no necesariamente tiene que ser mejor, como la canción de Sabina— es como han titulado a este episodio marcado por un profundo sentimiento de nostalgia y de que se haga lo que se haga, el pasado es inamovible.
Es curioso, pero con cada episodio emitido alguno de los protagonistas interfiere en mayor cantidad en el pasado, como es el caso de Julián. Como si de Marty McFly en Regreso al futuro se tratase —de hecho, la secuencia en el bar donde toca Leño es muy parecida—, Julián trata de impedir que sus padres se separen, haciendo de mediador pero sin que su padre sepa que es su propio hijo el que está echando por tierra sus planes de dejar a su madre para irse con otra mujer.
Pese a que el director del Ministerio se empeñe en decir que el pasado no se debe cambiar —salvo para que la historia sea tal y como la conocemos—, aquí tenemos el primer y supuesto caso en el que el tiempo presente difiere del pasado, salvo por un inconveniente bastante importante: ¿las acciones de Julián han hecho que su presente sea como es gracias a su viaje, o de verdad sus acciones en los ochenta han modificado lo que ya existe en el presente? Es un interrogante que nunca sabremos, pero que nos hace plantearnos muchas cosas sobre el tema de los viajes en el tiempo y la posibilidad de usarse para cambiar cuestiones personales que nada tienen que ver con la historia. Por otro lado, las acciones del Ministerio plantean el mismo problema: no sabremos si el recibo del Guernica es el que han creado los del Ministerio y la historia ha cambiado en ese aspecto, aunque el resultado sea el mismo.
Cualquier tiempo pasado demuestra que El Ministerio del Tiempo sigue con la misma calidad que en sus inicios. El guionista usa a Alonso de Entrerríos como vehículo para enseñarnos el despertar de los años ochenta televisivo, aunque no nos hubiéramos quejado que dado el aspecto con el que visten al personaje esta vez —como un heavy ochentero— tuviera más protagonismo en determinadas escenas y acompañara a Julián y Amelia de paseo por Madrid —el contraste hubiera sido otro—. Por lo demás, la manera de mostrar las misiones a cumplir esta vez ha sido muy dinámica y divertida —bendito sea quien inventó las elipsis—, e involucrar más directamente a Velázquez en la misión también es un acierto, salvo que en el futuro abusen del alivio cómico que brinda este personaje cada vez que entra en escena —que demonios, en realidad cualquier personaje que esté en el Ministerio es un agente que sus propias habilidades y talentos—.
Sin embargo, pese a sus virtudes, la pega que le encuentro al episodio es que en realidad la misión en los años ochenta y la espera en el piso franco ha sido una mera excusa para mostrarnos una época y profundizar más en el personaje de Rodolfo Sancho, lo que no es malo en absoluto, sino una cuestión de gustos —luego la acción toma forma con la secuencia del aeropuerto, como si de una película de espías se tratase—. Como bien dicen los creadores de la serie, es la primera vez que los protagonistas viajan hasta una época y tienen que esperar sin hacer nada —de ahí que puedan enseñarnos la televisión y otras cuestiones de la época—. Quizá la compenetración entre argumento, personajes y viaje temporal sea aquí ligeramente menor que en anteriores episodios, pero el resultado es igual de satisfactorio y nos regala un episodio muy bien escrito y dirigido, y con unos asombrosos efectos digitales que ya querrían para sí otras series.
Este episodio se emitió el 23 de marzo de 2015 en TVE1.
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