Antony Johnston y Sam Hart presentan una historia de espías a la antigua usanza que se ambienta poco antes de la caída del muro de Berlín y de la antigua URSS.
Finales de los años 90. Imaginad que desde que terminó la guerra trabajáis como espías para uno de los dos bandos. Durante todo ese tiempo habéis conseguido mantener el statu quo gracias a la paranoia de unos y a la avaricia de otros. Da igual que no hayáis podido tener familia, haber podido ir de vacaciones o haber disfrutado en general de vuestra propia vida como el más común de los ciudadanos, porque os ha salido rentable la jugada.Hasta que llega a vosotros el rumor de que la URSS se deshace; se dice que un tal Gorbachov tiene pensado tirar el propio muro. Es sólo cuestión de tiempo que todo por lo que habéis trabajado y todos aquellos a los que habéis “molestado” a un lado y al otro del muro puedan encontrarse con vosotros.
De repente, cuando las cosas no podían ponerse “mejor”, desde vuestras centrales se envían agentes para investigar cierta información sensible que afirma que por ahí pulula una lista con todos los agentes a ambos lados del telón de acero en Berlín. Como si fuese un terremoto incipiente que casi no se nota, pero comienza a hacerse más fuerte, se empieza a rumorear que hay agentes que se han vuelto independientes, y que en realidad son los mercenarios más peligrosos que ha podido llegar a conocer esta era contemporánea: los llamados “hombres de hielo”. Todo sumado da como resultado una historia de espías perfecta titulada La ciudad más fría firmada por Antony Johnston (Wasteland, The Coldest Winter, esta última la precuela de La ciudad más fría).
Por supuesto, y como no podía ser de otro modo, el dibujo de Sam Hart es en blanco y negro —muy bien elegido para representar la guerra entre bloques—, consiguiendo con ello reflejar en el cómic toda la tensión de aquella época mediante líneas muy rectas, dando a los personajes una apariencia casi hierática. Hart juega a la vez con esas mismas líneas para la expresión de los rostros y para hacer entrever en los escenarios de la viñeta un Berlín oscuro y frío que es quien acoge a nuestra protagonista, Lorraine, una mujer en apariencia normal sin nada digno que destacar que podría pasar completamente desapercibida e incluso dar la sensación de ser una extranjera indefensa. Es, para mi gusto, el detalle que más me ha gustado de La ciudad más fría: deshacer el mito de la femme fatale para mostrar una mujer capaz de igualar en habilidad al propio James Bond, de mente despierta y que necesita moverse entre anguilas para encontrar la famosa lista de nombres bajo una apariencia de lo más anodina.
Es cierto que a medida que se avanza en la lectura de La ciudad más fría se podría esperar algo que impactase mucho más en la mente del lector, pero, y lo digo sinceramente, haberlo encontrado hubiera supuesto un error fatal a tener en cuenta. Al fin y al cabo, la literatura de espías no es algo plagado de tiros, puñetazos, explosiones y persecuciones, nunca lo ha sido. Otra cosa es que actualmente nos hayan acostumbrado a ese tipo de espectáculos gracias a las películas de 007, Bourne y otras tantas de calidad dudosa: desde siempre la labor de un espía ha sido la de recopilar información y la de sabotear recursos de forma discreta, intentando por todos los medios pasar desapercibido. ¿Qué sentido tendría si no? Siempre se ha dicho que el lenguaje del cine es muy distinto del literario y he de reconocer que La ciudad más fría hace exactamente lo que se podría esperar en una historia literaria de espías. Sí, hay acción, pero la justa y necesaria como para no resultar algo relevante para la narración.
Así y todo no deja de ser un cómic decente para echar el rato, aunque creo que pega más leerlo con fresquito o bien lloviendo, más que sudando la gota gorda a cuarenta y pico grados en verano. Pero ya sabéis, sobre gustos no hay nada escrito.
Antony Johnston (guión) y Sam Hart (dibujo)
Trad. de V. M. García de Isusi
Planeta Cómic, junio de 2017
Rústica con solapas, B/N, 176 págs.
17.95 €
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.