
El paso de la adolescencia a la edad adulta no siempre resulta fácil. Y si no, que se lo pregunten a
Bill, el protagonista de nuestra historia. Bill es un joven de 18 años que acaba de suspender el bachillerato. Su padre, el conde
Gerd von Fernow, disgustado por este hecho, le obliga a pasar las vacaciones de verano junto a él, en una preciosa casa de campo, con la finalidad de que estudie las lecciones. El chico aborrece a su padre, un hombre estricto y de severos principios morales, propios de su clase social. Para Bill es una verdadera penitencia el tener que pasar los radiantes y esplendorosos días de verano encerrado en su habitación, repasando el significado de
Antígona. Sólo desea experimentar nuevas emociones, vivir las más asombrosas aventuras, observar lo que se esconde en el pueblo más cercano; solamente escapar de un mundo aristocrático que le oprime y le impide realizar sus propios sueños. Tampoco parecía entusiasmarle demasiado la presencia de unos parientes que por entonces residían en una casa cercana, en Warnow. Tan sólo Gerda despertaba en el joven un primerizo sentimiento de amor que le hacía enrojecer. El verano, como podéis ver, se presentaba negro para el pobre Bill. Sin embargo, entre sus escapadas nocturnas y las idas y venidas de Warnow, se producirá un acercamiento entre él y su padre que hará que Bill descubra una cara totalmente diferente y desconocida de la figura paterna.
Este descubrimiento precipita la madurez de Bill, que ahora verá el mundo desde una óptica completamente diferente. Se desvanecen ante sus ojos aspectos de la vida que creía con firmeza y se convence de que no todas las cosas son lo que parecen a simple vista: siempre hay algo más que se oculta en silencio, que se guarda en secreto para no traicionar lo que realmente se quiere aparentar. En el interior del conde Gerd von Fernow se esconde un deseo insatisfecho, imposible de cumplir ahora por las obstáculos sociales, por conservar la fachada ante una sociedad de apariencias. Las restricciones impuestas chocan con las pasiones interiores, con los deseos, con las aspiraciones del propio hombre. El conde es un hombre dual, como muchos individuos de la alta sociedad decimonónica, obligados a reprimir sus deseos a causa de las circunstancias y de la rigurosa moral de su época. De esa contrariedad surgen espantosos sentimientos, como el desconsuelo, la angustia, la decepción, el desengaño o la frustración. Keyserling reflexiona sobre todos ellos y los transmite a través de la figura de Gerd, y del mismo Bill, que observa cómo se debate en su interior un intenso conflicto moral.
A pocas páginas del final, el secreto del conde se desvela totalmente para Bill envuelto en tragedia. Su conclusión nos golpea inesperadamente en plena noche, cuando las cosas reposan tranquilas y el silencio hace gala de su presencia. Es la culminación de la desesperación y el presagio del fin de una clase social de fin de siglo destinada a desaparecer, por su inmovilismo en un mundo que empezaba a cambiar, a modernizarse. Es la crítica de un estamento, el mismo al que pertenecía von Keyserling.
"Resbalé por el tronco en el que me apoyaba, me acuclillé en el suelo y me cubrí el rostro con las manos. Lo que estaba sentado frente a mí nada tenía que ver con aquel al que yo conocía; era algo pérfido, amenazador, algo que explotaba contra mí el horror que pesaba sobre él"

No obstante, paralelamente a esta historia de anhelos desesperados en los que el autor nos invita a reflexionar, se encuentra un aspecto que hace de este cuento una cosa extraordinaria: las descripciones de Keyserling. Su prosa se envuelve de melancolía, de sensualidad, de poesía, de belleza. Evoca la naturaleza y su entorno de manera excepcional, llegando a transmitir los olores de las flores, el despertar de una mañana, el calor del sol o el resplandor de la luna. Son auténticas pinzeladas que describen las sensaciones y las emociones del momento, tal y como hacían los pintores impresionistas, contemporáneos al autor. Esta llamada literatura impresionista influenció en las novelas de Keyserling. Fueron éstas, "Un ardiente verano", "Princesas" y "Olas" las que le reportaron un auténtico reconocimiento y admiración por parte de autores tan célebres como su coetáneo
Thomas Mann. Sin duda, esta pequeña novela, de apenas cien páginas, es una joya a redescubrir y admirar por los sentimientos que evoca y por su elegante prosa. Gracias a
Nocturna Ediciones, ahora podemos disfrutar de una buena traducción y edición, con una excelente portada de Friedrich que anuncia la historia interior: la desolación del hombre ante la inmensidad de la naturaleza.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.