Muchos han sido los que, a lo largo de la historia, han querido dejar constancia de las experiencias de sus viajes, de sus aventuras, de las maravillas que han visto allá a lo lejos, en países exóticos, extraños o pintorescos. La literatura de viajes, al igual que tantos otros géneros literarios, ha estado presente en nuestra civilización desde tiempos muy antiguos. No obstante, su definición general es aún hoy controvertida, pues en este género –reconocido a finales del siglo XIX– se dan cabida diferentes tipos de libros de viajes, desde el emprendido por causas de exploración y descubrimiento de lo desconocido, por placer, por ansias de conocimiento o de aventuras. El resultado no es tan sólo la descripción de lo que el intrépido viajero observa, sino también lo que siente ante aquello que se le ofrece a la vista en un determinado momento y que él cree digno de ser mencionado o relatado con más intensidad.
Podemos considerar el Éxodo, segundo libro de la Biblia, como uno de los primeros testimonios de viajes en las culturas existentes antes de nuestra era. La emigración o salida del pueblo de Israel de Egipto y la búsqueda de una Tierra Prometida sería el precedente de los grandes relatos griegos, como La Odisea o Las argonáuticas. Más tarde, y con temas plenamente orientales, aparecerían los viajes de Simbad, narrados en Las mil y una noches, el Libro de las Maravillas de Marco Polo, o la Rihla de Ibn Battuta. Sin embargo, no fue hasta el siglo XVIII y, muy especialmente en el XIX, cuando este tipo de relatos empezaron a cobrar plena importancia. En el plano literario, Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, constituyó el nuevo punto de inicio de esta recuperación. Su publicación, en 1726, estuvo unida a los acontecimientos históricos que posibilitaron ese despertar de la literatura de viajes: una cada vez mayor necesidad de explorar territorios fuera de las propias fronteras. El siglo XIX es la época del progreso técnico, de las colonizaciones, de los grandes exploradores, y del uso de la ciencia en campos como la arqueología o la historia. Un expandirse por el mundo que resultó nefasto para algunos de aquellos que fueron colonizados, pero tremendamente beneficioso para el conocimiento. Muchos fueron los que plasmaron sus experiencias en relatos que llegaron a transmitirse a sus contemporáneos; éstos, compartiendo o no los sentimientos que narraba el autor, fueron transportados a lugares que quizá nunca habían visto, dejándose llevar plenamente por su imaginación.
Potsdam: Sanssouci (palacio de Federico el Grande, rey de Prusia)
San Petersburgo: Palacio de Invierno (antigua residencia oficial de los zares de Rusia)
Charles Lutwidge Dodgson, más conocido por el seudónimo de Lewis Carroll, fue uno de esos autores que cultivó el género de la literatura de viajes. Nació en 1832, en el condado de Cheshire, Inglaterra, en el seno de una familia anglicana de clase media-alta. La religión estuvo presente en el día a día del joven Charles, pues su padre llegó a ser archidiácono de la catedral de Ripon –en el condado de North Yorkshire-. En 1851 ingresó en Christ Church, uno de los college de Oxford, para estudiar matemáticas. Más tarde, fue ordenado diácono y cultivó con entusiasmo la fotografía. Pero, sin duda, Carroll es más conocido por su carrera literaria: empezó escribiendo poesía y cuentos, aunque, en un inicio, de poco éxito. También por aquel entonces, conoció al decano Henry Liddell, a su esposa y a sus hijas. Lewis, que desde hacía tiempo sentía una especial atracción hacia los niños, congenió rápidamente con ellas. Con las pequeñas Alice, Lorina y Edith disfrutaron de buenos ratos paseando en barca por el Támesis. Fue en una de estas ocasiones cuando concibió su obra magna, Alicia en el país de las maravillas, publicada en 1865 con ilustraciones de John Tenniel. A partir de aquí, se sucedieron los éxitos: Alicia a través del espejo” y La caza del Snark, además de diversas obras de lógica y matemática.
Diario de un viaje a Rusia, publicado de forma póstuma, es, probablemente, uno de los textos menos conocidos de Lewis Carroll. En él no se relata nada fantasioso, tal y como el público en general está acostumbrado a encontrar en sus obras más conocidas, sino las experiencias de un viaje personal, los sentimientos, los pensamientos y el carácter de una persona que reside bajo la máscara del seudónimo; es Charles L. Dodgson, un hombre sensible, religioso y, sobre todo, crítico con lo que observa. Fue en 1867 cuando, junto con su amigo y deán Henry Parry Liddon, emprendió un viaje –el único que realizó en su vida, según se dice– hacia la inmensa Rusia. Esta travesía “quedó registrada en este diario, un texto sencillo, reflexivo” y profundamente cultural, gracias al cual podremos aprender algunas costumbres rusas y formarnos una opinión sobre la personalidad de este famoso escritor.
Hans Memling: Juicio Final (1466-1473) [Museo Nacional de Gdansk]
Juntos, salieron de la estación de Charing Cross, en Londres, un 12 de julio a las 8:30. Llegaron a Dover, desde donde cogieron el barco hasta el puerto de Calais. Su viaje se desenvolvió por una típica ruta: Bruselas, Colonia, Berlín, Potsdam, Danzig o Gdansk, San Petersburgo, Moscú, Novgorod, Varsovia y París, entre otras. En cada ciudad, Dodgson visitaba lo más esencial de su historia: iglesias, catedrales, palacios, capillas, sinagogas judías, sacristías, museos de arte y teatros. La impresión de todas ellas y, en muchas ocasiones, la descripción detallada de aquello que más le ha conmovido o le ha dejado perplejo es lo que encontraremos relatado en este libro. Principalmente, efectúa una crítica de aquello que lo rodea, pues Dodgson es extremadamente crítico ante lo extranjero; no duda en situarse en una posición superior a otros o a despreciar aquello que no se presenta atractivo a sus ojos :
“el alemán que yo hablo es casi tan bueno como el inglés que oigo; esta mañana, en el desayuno, para el que había pedido jamón frío, el camarero, después de haberme traído las otras cosas, se inclinó sobre la mesa y me dijo bajito, en tono confidencial: Yo trae en minutos la jamón frío”.
Sin embargo, también son muchos los comentarios favorables, las anécdotas y las situaciones graciosas surgidas de los problemas con el idioma:
“El arzobispo no hablaba más que ruso, así que la conversación entre él y Liddon se llevó a efecto de una manera muy original: el arzobispo hacía una observación en ruso que era traducida al inglés por el obispo. Así que una conversación sostenida enteramente entre dos personas requería el uso de tres idiomas”.
Las descripciones de pinturas y obras de teatro; los detalles de lo que se le ofrece en los desayunos, almuerzos y cenas; las comparaciones entre los oficios de la iglesia católica, anglicana, judía y rusa; las atenciones que profesa a los niños que encuentra; o sus pasionales comentarios hacia la ciudad de San Petersburgo, es lo que leeremos y compartiremos con su autor página a página. En algunos casos, sus comentarios serán cortos y concretos; en otros, serán extensos y más elaborados; pero, sin duda, todo esto lo aprenderemos desde la óptica de Charles L. Dodgson.
Diario de un viaje a Rusia ha sido editado por Nocturna Ediciones, una pequeña editorial fundada recientemente. La edición que nos ofrecen está perfectamente cuidada y goza de una muy buena traducción. Si sois fans de Lewis Carroll, o si tan sólo sentís curiosidad por las descripciones que el autor puede ofrecer sobre cuestiones de arte, historia y vida cotidiana en el antiguo imperio germánico y en los extensos territorios rusos, haréis, indudablemente, una muy buena compra.
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Título Original: The Russian Journal / Editorial: Nocturna Ediciones / Formato: Rústica con solapas, 120 páginas. /Año: 2009 / Precio: 15,00 euros. / Traducción: María Eugenia Frutos y Xavier Laborda.
por Beldz
octubre 04, 2010
2 comentarios
¡Tu primera reseña en la página! Y no la última. xD La verdad es que te ha quedado muy bien, todo lo que debe decir el libro lo has transmitido... Si digo la verdad, antes de conocer la existencia de este libro no sabía de la existencia del diario de Carroll (muy vagamente, para qué nos vamos a engañar), por lo que a su vez me ha servido para conocer algo más hoy, por aquello del "nunca te acostarás sin saber algo nuevo".
Gracias, Loren :)
La verdad es que yo tampoco conocía esta obra de Lewis Carroll. Normalmente, la gente suele conocer sus libros más típicos. Ha sido un buen descubrimiento :)
Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.