Las primeras décadas del siglo XX fueron la edad dorada del terror. Shelley, Stoker, Poe, Machen y los tres pistoleros de la Weird Tales dejaron un legado impresionante, casi inigualable. Y lo que es más interesante, enfocaron el horror desde tantos ángulos que parecía imposible encontrar nuevos terrenos a explorar.
1. Malpertuis de Jean Ray (1943)
2. Dulces sueños... 15 historias macabras del maestro del horror de Robert Bloch (1947-58). Valdemar
3. Pesadilla a 20.000 pies de Richard Matheson (1951-69). Valdemar
4. La maldición de Hill House de Shirley Jackson (1959). Valdemar
5. La feria de las tinieblas de Ray Bradbury (1962). Minotauro
6. El quimérico inquilino de Roland Topor (1964). Valdemar
7. La semilla del diablo de Ira Levin (1967)
8. El exorcista de William Peter Blatty (1971). Ediciones B
9. El otro de Thomas Tryon (1971)
10. Nuestra señora de las tinieblas de Fritz Leiber (1977)
11. Fantasmas de Peter Straub (1979)
12. Ceremonias macabras de T. E. D. Klein (1984)
Esta segunda mitad de siglo podría haber supuesto simplemente la modernización del género: recoger lo que ya se había hecho y actualizarlo, darle una capa de barniz para que encajara primero con el frío de los años cincuenta, lo experimental de los sesenta o con los relucientes años ochenta. En parte fue así: muchos imitaron a Lovecraft, algunos "alumnos" directos que habían conocido al ermitaño de Providence o habían trabajado en la Weird Tales, otros autores más tardíos que se apuntaron al carro de los mitos; de este modo el fenómeno de Cthulhu siguió creciendo y prosperando. Esta actualización de lo hecho previamente para adaptarlo a los nuevos tiempos era el camino fácil y en parte, el que se siguió. Pero autores de mucho talento lograron dar un paso más y al recoger el testigo de los grandes temas del terror llevaron la adaptación más lejos, hasta conseguir una transformación.
Una excepción a esta tendencia de recoger lo sembrado en la generación anterior y transformarlo fue la Malpertuis de Jean Ray, auténtica obra de culto que clama por una reedición de Valdemar desde hace décadas. Tengo una relación bastante personal con esta novela: la leí en un viaje a Gante, que es precisamente donde se ambienta la acción. No sé si visité la ciudad en un momento particularmente oportuno o se trata de la tónica habitual por estos lares, pero me tocó profundamente su ambiente lúgubre. Cielos grises, días lluviosos, andando por calles igualmente grises y rodeado de arquitectura medieval, altas torres góticas, la mole del Gravensteen, los fríos canales... y en el hotel, Malpertuis esperándome. Y al salir, Malpertuis acompañándome en el bolsillo de la chaqueta. Auténticamente adictiva, me metí completamente en el ambiente de la novela ayudado por las calles de la ciudad que encajaban tan bien con el escenario que Ray proponía. No se puede definir Malpertuis. Solo se puede intentarlo y confiar en que uno sea lo bastante elocuente como para incitaros algún deseo de leerla.
Malpertuis es el punto en que se cruza el atractivo de los mitos helénicos —con sus luces y sombras— con la oscuridad europea: es donde se encuentran el fervor vitalista de los escritores francófonos —en contraste con los anglosajones— con el terror abstracto, evocador, de un Alfred Kubin. En wsta, su mejor obra, Jean Ray nos lleva por donde quiere, como quiere, de la mano de su protagonista: con palabras elevadas, nos inspira y nos hace vibrar con la tensión, el pavor —el de tipo paralizante— que siente. Al final, al cerrar el libro, a uno le quedará, seguro, la sensación de haber leído un clásico inmortal. Al 1971 se adaptó al cine de mano de Harry Kümel; entre el casting destaca nada menos que Orson Welles.
Richard Matheson y Robert Bloch, dos autores punteros
Mientras Jean Ray escribía su obra maestra en la vieja Europa, en todo el mundo el cine y la televisión se consolidaban como un fenómeno de masas: el vehículo al que uno debía subirse. El cómic americano perdió el tren, y no ha sido hasta muy recientemente que ha sabido aprovecharse de la gran pantalla para potenciarse hasta límites insospechados. El terror supo valerse mejor de los nuevos medios y ya desde los mismos inicios del cine nos estaba obsequiando con joyas como el Nosferatu de Murnau, el Freaks de Browning, el Drácula de Terence Fisher con Christopher Lee y Peter Cushing como estrellas principales, y más tarde series como The Twilight Zone.
Matheson, igual que Bloch, trabajó en la televisión, escribiendo muchos episodios de la mítica The Twilight Zone. El relato que da nombre a la antología que he seleccionado, Pesadilla a 20.000 pies, fue adaptado para un episodio memorable de la misma. Matheson tenía un estilo muy propio del guionista que escribe literatura: sencillo, directo, con un control perfecto de la atmósfera. Leyéndolo siempre he sentido como si estuviera ante un texto periodístico. Este método —que abandona lo barroco de muchos de sus predecesores— dio una frescura a sus obras que es su mayor signo de distinción. Destacar su aportación más importante al género: la vuelta de tuerca. Con La casa infernal, El hombre menguante y Soy leyenda recogió ideas y conceptos clásicos y los presentó bajo un nuevo punto de vista. Así nos brinda la rara posibilidad de seguir los pasos del último humano convertido en mito en un mundo de vampiros o explorar una casa demoníaca con criterio científico. Matheson supone para mi la personificación de lo que fue este segundo período del terror.
Shirley Jackson define el tema de las casas encantadas
Sin abandonar el tema de las casas encantadas, me parece claro que Matheson se inspiró en una obra anterior para redactar su Casa infernal. Hablamos de La maldición de Hill House de Shirley Jackson. La autora estadounidense dio forma en 1959 a la novela de casas encantadas definitiva, perfecta —con todo el respeto debido a la posterior obra de Matheson—. No le puedo encontrar un solo defecto a esta obra maestra que, sin derroches de sangre y víscera, sin efectismos, logra invocar el terror puro. ¿El método? una conexión real entre el lector y sus protagonistas, en particular Elanor, criatura sensible y trágica donde las haya. Se trata pues de terror psicológico que busca —y consigue— establecer una tensión que va in crescendo hasta el memorable final. Nada que ver por cierto con las adaptaciones al cine (la primera en 1963, el remake en 1999), que aún siendo potables, no llegan ni de lejos a la altura del material original.
La feria de las tinieblas es quizás una de las incorporaciones más cuestionables a esta lista. No por falta de mérito, que tiene mucho: simplemente por contraste con otras obras de Ray Bradbury. No hay duda de que Fahrenheit 451 es un clásico monumental de la distopía, y quien no se estremezca con la idea de los bomberos quemalibros no sé qué hace leyendo esto. Las crónicas marcianas seguramente sea su otra pieza fundamental. Bradbury es más conocido por su ciencia ficción que por cultivar otros géneros, y más por el relato que por la novela, pero con La feria de las tinieblas —primer libro que leí del autor— me impresionó muchísimo. El habitual lirismo de Ray Bradbury alcanza aquí unas cotas altísimas. Si uno lee solo el primer capítulo es imposible que pueda dejar de lado la lectura. La tormenta que se aproxima y el vendedor de pararrayos que la precede; dos muchachos de trece años que con la llegada de la feria van a verse envueltos en un enredo sobrenatural tan perverso y a la vez tan bello que no sé si describirlo como sueño o pesadilla. Amistad, tentación, pérdida de la inocencia: los grandes temas que aborda este clásico que ningún lector, conozca o no a Bradbury, debería perderse. En 1983 se adaptó de forma bastante decente al cine.
¿Has visto lo que hace la guarra de tu hija?
La semilla del diablo y El exorcista son obras archiconocidas gracias especialmente a sus adaptaciones al cine: pero lo que quizás no sea tan conocido es que ambas nacieron de sendas novelas. Estos cuatro títulos (las dos películas y las dos novelas en que se basan) suponen un fenómeno sorprendente por lo extremadamente inusual. Normalmente, cuando se adapta una novela a la gran pantalla uno puede asegurar que la novela es mejor en el noventa por ciento de los casos. Muy raramente se da el caso de novelas que se ven superadas por su versión cinematográfica: El padrino o Blade Runner, quizás El resplandor. Allí donde un libro requiere para triunfar de un solo autor inspirado, una película es una obra coral que necesita el trabajo de multitud de personas, presionadas todas ellas por las exigencias de las grandes compañías. Si el poner de acuerdo la visión de un director con el trabajo de productores, guionistas, directores de casting y actores es difícil, añadiéndole el peso de tener que obtener un producto que funcione en las salas y devuelva —y con beneficios— la inversión inicial, hacer una buena película parece un milagro. En el terror es especialmente difícil contentar a todo el mundo, y aquíes especialmente cierta la afirmación de que "la novela siempre es mejor".
Por ello resulta más interesante el fenómeno al que me refiero, y es que La semilla del diablo y El exorcista son dos novelas cuyas adaptaciones a la gran pantalla están a la altura con un equilibro tan perfecto que no soy capaz de decir si son mejores las unas o las otras.
Dicho esto, ¿qué decir de dos clásicos de esta talla? Seguramente todo el mundo ya ha visto por lo menos El exorcista. Ambas comparten una misma temática, la influencia del diablo sobre la vida de familias de clase media alta: cultos satánicos por un lado, posesiones demoníacas espontáneas por el otro. Ambos libros representan el máximo exponente de este subgénero.
Fritz Leiber se anticipa al New Weird
Con Nuestra señora de las tinieblas Fritz Leiber —autor multitarea recordado con muchísimo cariño sobre todo por su saga de Fafhrd y el Ratonero Gris— intenta un experimento que parece preceder el fenómeno del New Weird que tanto triunfa actualmente de la mano de China Miéville o Jeff VanderMeer. En su novela el protagonista se encuentra con una práctica tan original como surrealista: la megapolisománcia, o magia de las ciudades: en gran parte por pura casualidad se ve mezclado en una historia del tipo de las que solía firmar Lovecraft cuando una criatura —¿sobrenatural?— fija en él su mirada. Para escapar de su influjo, nuestro protagonista tiene que investigar la vida del fundador de esta ciencia oculta, en un recorrido tan barroco que también me recuerda mucho a Tim Powers y sus extrañas y efectivas mezclas de conceptos.
El quimérico inquilino y El otro son dos novelas que me impactaron muchísimo: poco conocidas quizás, y por ello más que necesitadas de reivindicación. La primera, obra de Roland Topor (escritor e ilustrador), es el mejor y más estremecedor relato del descenso en la locura que he leído nunca. El protagonista queda completamente alienado de la realidad: se mueve en un mundo que ni nosotros sabemos si es real o está dentro de su mente; y todo arranca desde un hecho tan banal como alquilar una habitación. Quizás lo más terrorífico es lo absurdo que resulta todo, un poco kafkiano, la completa incertidumbre que llega a sentir el protagonista acerca de su cordura. Otra vez surrealismo, y a la máxima potencia: desde el principio hasta el demoledor —en serio, brutal— final. En 1976 Roman Polanski lo adaptó a la gran pantalla.
El otro de Thomas Tryon es al subgénero del terror con niños de por medio lo que La maldición de Hill House lo es al de las casas encantadas. No comprendo como no se cita más a menudo. Aquí encontramos a dos hermanos gemelos que, en el seno de una familia de Nueva Inglaterra —paraíso estadounidense del terror— jugarán con el lector a uno de estos juegos retorcidos que enfrentan la inocencia con la maldad, la realidad y la percepción de la misma, el mundo de los niños y el de los adultos. Y éstos —niños y adultos, los gemelos, su abuela, su madre— son personajes del tipo con el que uno llega a enternecerse. Escrito con un estilo rico, descriptivo, es una obra sorprendente y más cuando se tiene en cuenta que supuso el debut de su autor. Por desgracia sería un one hit wonder. En 1972 se adaptó al cine con Uta Hagen como estrella principal.
Los años setenta empiezan a dar sus frutos
Acercándonos ya al final de esta Edad Media del terror, nos situamos en un momento —la segunda mitad de los setenta— en el que Stephen King ya empezaba a triunfar. Y al lado de Stephen King surgieron otros muchos autores norteamericanos que escribían en un estilo bastante similar y acerca de temas muy parecidos, aunque con menos fortuna. Dos de los que mejor le emularon —en cuanto a copar las listas de bestsellers del terror de la época— fueron Dean Koontz (autor infame que desaconsejo fervientemente) y Peter Straub. Este último es un autor irregular, que con Fantasmas alcanzó la cima de su carrera, y luego ya fue todo cuesta abajo. Fantasmas tiene muchas similitudes con una de las obras maestras de King, IT, a la que precede. Un grupo de amigos que se reúnen tras muchos años para enfrentarse a un enemigo del pasado al que temen con un horror absoluto, del que desearían rehuir, pero de cuyo exterminio se sienten responsables. Straub narra sus experiencias particulares con un tipo de terror arcaico; un depredador que les acecha a la vez que describe a la criatura con sencillez y efectividad logrando que resulte interesante e incluso cautivadora. Y si, también se adaptó al cine en 1981 con el título de Ghost Story.
Cerramos el repaso a la lista con la fantástica Ceremonias macabras de T. E. D. Klein, un gran desconocido que a mediados de los ochenta escribió un gran homenaje a todo un género y en particular a Arthur Machen. Comparte con las obras de aquel el foco en el contraste entre la vida rural y sus arcaísmos y la urbanita; antiguos cultos que van desarrollándose ante los ojos del joven protagonista que pasa de espectador a parte de ellos. Si no por sus cualidades como novela, leedlo por la riqueza de su trasfondo: Klein usa multitud de referencias a clásicos del género que resultan tremendamente útiles.
Mención honorífica merece Richard Laymon, autor muy prolífico en aquella época que por razones que no alcanzo a comprender goza de cierto estatus de culto. Como debo tener un vena morbosa o masoquista he leído muchos —demasiados— de sus libros esperando encontrar en alguno de ellos la razón por la que se le considera un nombre importante dentro del género. Y nada, no ha habido manera. Me parece que cada una de sus obras es un asombroso despliegue de machismo, obsesión sexual enfermiza, gore mal llevado y una demostración de que escribiendo de cualquier manera, sin talento, también se puede lograr publicar, lo cual siempre inspira optimismo. Si acaso alguien quiere adentrarse en su ficción sugiero la menos mala de las obras que le he leído, El espectáculo del vampiro, donde se le ve un poco contenido para beneficio de todos.
Conclusión
Comentaba al comenzar el artículo que esta era la época en que el terror consolidaba su presencia en el cine. Y si revisamos la lista, veremos que la mayor parte de estos títulos cuentan con una (o varias) adaptaciones a la gran pantalla. Más que retroalimentarse, es el cine el que bebe directamente de la literatura, y aquí queda más claro que nunca. Me parece interesante ver algunas de las películas, desde Malpertuis a El exorcista y comparar con las novelas.
Espero que os haya gustado este recorrido a una etapa sumamente interesante, y que nos ofreció de todo y para todos los gustos. Como siempre, os invitamos a que aportéis vuestras propias sugerencias a la lista, así como cualquier crítica que os parezca apropiada. Podéis consultar aqui la lista completa, y aquí el desglose del anterior período.
Estad atentos porque pronto publicaremos el articulo sobre el tercer y último período. Aprovechamos para recordaros que podéis consultar las guías anteriores en los siguientes enlaces: Literatura de terror: Guía rápida para adentrarse en el género y Guía de la literatura de terror. Primer período: del siglo XIX hasta 1939. Las obras fundacionales.
comentarios
Coincido en que tanto El Exorcista como La Semilla del Diablo tienen grandes películas muy a la altura de los libros, yo vi primero y luego leí y estoy encantada en ambos casos. Muchas gracias por estos artículos porque me descubren libros y autores desconocidos, estoy tomando nota en mi libretista de futuro les compras jejeje
Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.