Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo se adentran en las marismas del Guadalquivir.
Sucede, desgraciadamente, que cuando se estrena en nuestro país una película española, comienzan a aparecer las comparaciones. No se hacen con otro tipo de cine, pero con el nuestro siempre se suele tener una especial vigilancia, cierta tirria pensando que sus guiones únicamente portan temas sobre sexo, drogas, alcohol, maltratos y de vez en cuando algún que otro gay o lesbiana. Si os fijáis, todo esto es algo que ya vemos habitualmente en películas americanas, francesas, incluso alemanas: lo único que las destaca es el simple hecho de ser españolas. Otra maldición que sufre el cine español es esa frase sentenciadora que cacarean algunas personas: «en España todo se copia, no hacemos nada original», pero cuando se hace, comienzan a aparecer "expertos" como éstos que no dudan en desmontar, diseccionar o destrozar para hacernos ver por todos los medios que eso que tenemos entre manos no es un producto de calidad, como evidentemente no podía ser de otra forma tratándose de una película española. Por esta razón, cuando el pasado día 14 de octubre fui a al cine a ver La isla mínima de Alberto Rodríguez, no pude evitar realizar la obligatoria comparación con otra cinta que vi el año pasado: El chico del periódico de Lee Daniels (Precious, El mayordomo). Debo reconocer que aunque las dos películas traten de un asesinato y que las dos se rueden en espacios naturales como son las marismas del Guadalquivir y las marismas de Louisiana, mi mente hizo una asociación directa y firme entre las dos cintas. El resultado debo decir, fue muy favorable para el metraje de Alberto Rodríguez y bastante bajo para el de Lee Daniels.
Es en estos casos cuando demuestro mediante pruebas que no solo las películas españolas con exceso de caspa están plagadas de sexo y otro tipo de cosas de las que tanto suele quejarse el público del que os he hablado al principio. En El chico del periódico hay una escena realmente turbadora –entre otras tantas–, en la que Nicole Kidman –como la señora Charlotte Bless– y John Cusack –en el papel del supuesto asesino de Hillary Van Wetter– excita al asesino delante de todos cuando visitan la cárcel para sonsacarle información. Imagino que este tipo de escenas serían necesarias para intentar mostrar al espectador el lado más salvaje y primario de la América profunda de las marismas de Louisiana, pero Alberto Rodríguez con la colaboración de Rafael Cobos ha conseguido lo mismo, o quizá más, con su película, y sin mostrar nada sexualmente explícito.
La isla mínima se ambienta en los años ochenta,y comienza de manera directa y sin preámbulos, con nuestros investigadores Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo sancionados y enviados como castigo a las marismas del Guadalquivir para investigar la desaparición de dos chicas. Al llegar se percatan de que aunque la democracia acaba de instaurarse, todavía hay reductos de población en el que parece que el tiempo no se haya movido en más de cuarenta años, por lo que las ideas revolucionarias de Raúl Arévalo y las técnicas de interrogatorio tan poco ortodoxas de Javier Gutiérrez nos harán disfrutar de lo lindo al ver una lucha entre eso que llaman «las dos Españas», mucho más cuando descubramos el pasado del policía veterano y tengamos que observar cómo consigue Raúl Arévalo soportarlo y continuar haciendo progresos en la investigación con la ayuda de su antitético compañero.
El entorno de las marismas del Guadalquivir se nos presenta en todo momento como un lugar salvaje e inexplorado salvo por los habitantes más experimentados del lugar, una forma realmente magistral de demostrar al público que no hace falta ver CSI: Miami para conjeturar entornos parecidos. El director de fotografía Alex Catalán consigue hacernos ver el lado misterioso de este entorno natural, y nos regala la vista con las puestas de sol y el oleaje de los mantos de hierbas altas, y nos aterrorizar al descubrir que en aquel lugar, al caer la noche, la oscuridad adquiere otro definición completamente distinta donde únicamente los faros del coche iluminan a duras penas un camino traicionero.
A medida que la película avanza conocemos datos cada vez más escabrosos sobre la desaparición de las niñas y la vida de los habitantes del lugar. Estamos ante un thriller policíaco a la altura de otras películas españolas como No habrá paz para los malvados de Enrique Urbizu, donde las técnicas de investigación y deducción de los protagonistas los harán destacar en un lugar en el que nada es lo que parece y en el que cualquier cosa, por pequeña que sea, puede trastocar la vida de los implicados en el caso.
Es una forma realmente apasionante de hablarnos de mil cosas a la vez, como es la historia de nuestro país, el cambio en las técnicas de investigación, y todavía me río al recordar la escena en la que Raúl Arévalo regaña a uno de los guardias civiles que han movido unas pruebas de lugar alegando que lo ha hecho para que todo quede «muy ordenaíco, para que ná se pierda», ante el patente asombro del investigador. Antonio de la Torre está realmente magistral, interpretando el papel de marido dominante tan propio de esta época, que a la vez nos sabe mostrar a un hombre torturado por sus deslices y asediado por la culpa; tanto él como Javier Gutiérrez, que sabe sacar a flor de piel el tufo de la antigua policía franquista, nos ofrecen unas actuaciones dignas de ese Goya que estoy convencida que ganarán.
Como amante del género que soy, todas estas razones son las que os doy a vosotros para ver La isla mínima, cinta absolutamente recomendable en las que no solo destacan por su actuación los personajes principales, sino también todos los que forman parte del equipo –y que conste que no lo estoy diciendo para ser políticamente correcta y dejar a todo el mundo satisfecho–. En concreto, la actuación de Salva Reina como Jesús y la de Nerea Barrios como Rocío –la madre de las dos chicas desaparecidas–, son de las que más me han llamado la atención en una película, y con las que más he disfrutado desde hace mucho tiempo. Un equipo genial y por tanto un resultado perfecto.
La única pega que quizá podría poner es la actuación de las chicas más jóvenes y la de Jesús Castro, quien interpreta al guaperas del barrio, «el Quini». Es una apreciación personal, pero creo que les falta realismo. Me ha costado permanecer dentro de la historia cuando estos actores aparecen en escena, pero considero que a medida que avanza la película es algo que se hace casi inapreciable y que por lo tanto nada desmerece a la película de Alberto Rodríguez. Eso sí, tengo una pregunta rondándome por la cabeza desde que salí del cine: cuando están mirando los negativos medio quemados, ¿sabréis decirme quién es la persona reflejada en el espejo y de la que solo se puede ver un enorme reloj plateado? Y la siguiente pregunta que os hago es: ¿todavía hay quien piensa que no se hace buen cine español? Animo a comprobarlo viendo esta gran película.
2 comentarios
Ayyyy, la misma pregunta me hago yo...
¿Es que a ti no te gustó Javier? xD
Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.