El Fantasma de la Mansión Guir, de Charles Willing Beale (prólogo de H. P. Lovecraft). Edición en rústica con solapas, 222 páginas, 15,20 doblones. A la venta el 16 de abril. Género: Terror. Serie: Independiente.
Sinopsis:
Una insólita invitación empuja a Paul Henley a abandonar su casa de Nueva York para adentrarse en una remota región de Virginia, donde debe no solo desentrañar el misterio que envuelve a sus anfitriones, sino también enfrentarse a su pasado, a su presente y a su futuro en medio de alucinantes sueños que lo pondrán en contacto con entidades desencarnadas de inteligencia superior. ¿Cuál es la secreta naturaleza de Dorothy Guir? ¿Qué horrores esconde el corazón de la vieja mansión donde habita la joven y desgraciada dama?
Con algunos elementos del romance gótico postromántico, con no pocos de la ghost story inaugurada por Joseph Sheridan Le Fanu y en el umbral mismo de la edad de oro de los cuentos de fantasmas, El fantasma de la Mansión Guir (1897) refleja una importante tendencia en la ficción sobrenatural de las postrimerías del siglo XIX hacia el ocultismo, contribuyendo a engrosar la vigorosa corriente que Rafael Llopis ―máximo estudioso en nuestro país de la literatura fantástica y de terror― ha llamado «realismo espiritista». Cierra el volumen A propósito de los denominados «fenómenos paranormales», un ensayo de H.P. Lovecraft en el que se impugnan las doctrinas que Charles Willing Beale patrocina en su novela.
Sinopsis:
Pesadillas de un niño que no duerme se articula en torno a dos ejes: el terror onírico como terreno fértil para la fantasía oscura y la ingenua mirada infantil como motor para lanzarse a la creación y al ejercicio de fabular historias. Con un hilo conductor tan mudable, es comprensible que los relatos recogidos en esta antología oscilen entre la fantasía más surreal y el realismo más perturbador, a veces mezclándose ambos extremos sin solución de continuidad, pues el universo de las pesadillas no se restringe a lo fantástico y, afortunadamente, nos hemos habituado a navegar entre ambos mares sin cambiar de barco.
«El Casco Viejo era un dédalo insondable para los extraños: calles que morían sin previo aviso, pasajes que sorteaban los combados edificios, arcos abiertos como hambrientas bocas de cíclope, vestigios de épocas pasadas, oscuros caserones que mostraban generosos sus entrañas, enrejados sumideros por los que se perdían las aguas pluviales y, en el rincón más insospechado, una puerta al submundo. La rata se la mostró al final de la trastienda de un taxidermista. Tras las cortinas de pellejos secándose, más allá de las estanterías repletas de botes de conservantes y tarros llenos de ojos brillantes como cuentas, una tapa obstruía un túnel, un túnel conducía a las profundidades y las profundidades prometían un reencuentro. Ahí empezaba el verdadero laberinto».
Leer el primer capítulo
*El viernes 13 a las 20:30 tendrá lugar en Madrid la presentación oficial de la novela. Para más información del lugar, visitad la página oficial.*
Sinopsis:
El osito Cochambre daba vueltas y más vueltas, despojando al bosque de su aliento verde, tiñéndolo todo con la pátina de su sudor de polvo de estrellas. Mientras tanto, el coche de Patricia se salía de la carretera.
El osito entraba en su cueva y se despojaba de sus pieles muertas. Se cambiaba de casa como de ombligo. Y entre la piedra y el cambio, Elisa irrumpía de nuevo en la vida de Mauro.
Cochambre bailaba con su osita, pisando las flores de los vecinos, meneando su trasero de relleno de trapo al ritmo dulce de la muerte. Cristian, el hermano yonqui, regresaba al hogar.
Pero un día, el osito Cochambre decidió salir rugiendo de su encierro de papel. Se acercó hasta Mauro y le sonrió con su boca de costuras ensangrentadas. «El pasado no es pasado hasta que uno lo devora», dijo.
Y entonces, Mauro se afiló los dientes y se dispuso a morder.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.