Este fix-up de Mike Resnick es una joya de la literatura utópica, y es al mismo tiempo una narración hilada a partir de una serie de cuentos que pretenden ir desglosando los entresijos de una utopía. El hecho de que un macro proyecto como el que busca Koriba, el protagonista de esta historia, esté destinado a fracasar o tener éxito es irrelevante para nosotros como espectadores —aunque sí, tenga un considerable peso en la narración porque vamos viendo su evolución—, ya que es precisamente el alma de ese espíritu utópico que demuestra este kikuyu surgido de los viejos tiempos lo que pone en marcha la rueda. Y esa rueda, una vez puesta en movimiento, ya no tiene vuelta atrás.
Kirinyaga se ha llevado un buen montón de premios, más se sesenta contando las nominaciones —que también importan—, desde el Locus, el Hugo y el Nebula, pasando por algunos premios chinos y franceses que indican el alcance de la obra, pero ante tal avalancha de premios la pregunta que surge es si merece la pena Kirinyaga al margen de su palmarés. La respuesta es un rotundo sí: Kirinyaga es una de esas obras de ciencia ficción imprescindibles que trata un tema universal como es el progreso y lo que este implica —sobre todo cuando se lleva por delante culturas enteras o suprime valores—, por lo que resulta tremendamente actual aunque en ocasiones a los seres humanos y civilizados del siglo XXI les cueste comprender qué es lo que ocurre a su alrededor y a qué viene tanto alboroto si todo va muy bien, gracias.
Utopías ha habido varias desde aquella lejana propuesta de Tomás Moro, Utopía (1516) —lo que le sirvió al autor, entre otras cosas, para tener un final horrible a manos de Enrique VIII—, o la de Francis Bacon en su Nueva Atlántida (1627), pero pocas son tan refrescantes como la de Resnick. Es gracias a que el autor sitúa a Koriba en el centro de la acción que los lectores se llevan de primera mano las impresiones que suscita el desarrollo de una utopía africana en otro planeta, y cómo esta va mejorando o teniendo problemas a lo largo del camino.
La importancia desde el punto de vista narrativo de Kirinyaga es que se compone de una serie de historias conectadas entre sí, y sucesivas en el tiempo con un punto de vista en común, el de Koriba, escritas como si fueran cuentos y con una abundante carga de diálogos que no tienen desperdicio. Esto hace que Resnick consiga un estilo muy cercano y personal, que a primera vista parece simple pero que al segundo vistazo deja claro que el autor ha escogido las palabras adecuadas para dar en el clavo.
Kirinyaga, 1991, 1998, 2008. Mike Resnick. Traducción de Ramón Peña. Ediciones Gigamesh, 2017, col. “Gigamesh Ficción”, 352 págs. Rústica con solapas, 24,00 €.
La edición de Gigamesh —aparte de la ilustración para la cubierta de Enrique Corominas, la mejor que se ha publicado hasta la fecha del título— se completa con un breve ensayo de Resnick —“Esto..., chicos..., yo no soy Koriba”, donde el autor deja clara su postura respecto a esta utopía ante las absurdas acusaciones de que Koriba es la voz del autor— y con una novela corta titulada “Kilimanjaro: Fábula de una utopía” en la que Resnick presenta una segunda utopía, pero contada desde el punto de vista de los masáis en vez de los kikuyus. El resultado es una historia complementaria que se lee igual de bien a la mostrada en Kirinyaga, el colofón perfecto.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.