Thomas Ligotti, autor de culto extremadamente prolífico con una base de adoradores internacional, creciente a medida que su trabajo va dándose a conocer en España, donde era repetidamente ignorado por el mundo editorial. Esto último ha cambiado en gran parte gracias a Valdemar, que editaba no hace mucho una antología suya, Noctuario —con una gran acogida— y que ahora nos sorprende con Grimscribe. Vidas y obras.
Ligotti es un autor inclasificable: su obra labra un camino propio que a veces se acerca a la de Lovecraft, pero más a menudo a la filosofía existencialista y al nihilismo más decadente. La prosa de Ligotti es refinada, densa e intelectual, rica en referentes cultos, recursos literarios y experimentos narrativos. Con algunos de sus relatos se impone la relectura, ya que no es extraño perderse entre sus metáforas y juegos estéticos. No hay —probablemente— autor en el panorama del género de terror actual que esté a su altura en sofisticación. Pasemos a ver por qué analizando un poco los relatos que contiene esta antología.
En primer lugar, encontramos aquellos relatos que por su temática y estilo resultan algo más convencionales y sin duda más asequibles, aunque no por ello menos interesantes. Tenemos por ejemplo "La última fiesta de Arlequín", relato que abre la antología. En él Ligotti nos describe la investigación de un antropólogo en la ciudad de Mirocaw. Mirocaw, que se alza sobre las colinas en un estado del medio oeste, ofrece desde la distancia un efecto óptico entre la parte alta y el suburbio. La primera, a mayor altura, parece superponerse sobre la segunda como si de una máscara se tratara. ¿Cual es la verdadera cara de Mirocaw? Dado que cerca del solsticio de invierno la ciudad celebra un inusual festival que implica la presencia de payasos (precisamente el campo de estudio y pasión personal del antropólogo) éste decide quedarse e investigarlo, y con más interés aún cuando descubre los vínculos de la celebración con antiguos rituales del paganismo europeo y cierta secta siria. Al llegar encuentra la ciudad sumida en el verdor. En el frío del invierno una primavera artificial se ha instalado en las calles con la obsesiva dedicación de la ciudadanía a llenarlo todo de guirnaldas, plantas artificiales, banderines y luces todas verdes: parece como si quisieran inundarlo todo con este recordatorio de la vida ante el memento mori que supone el cambio estacional, o como si se intentara sobrecompensar un trasfondo mórbido. "La última fiesta de Arlequín" está dedicado a Lovecraft y junto con "Nethescurial" es el más cercano a las ideas del ermitaño de Providence.
En este sentido la metáfora, este recurso literario del que Ligotti a veces parece que abuse, cobra un nuevo significado. Podríamos decir que la metáfora es un modo por el cual el observador da forma a la realidad de acuerdo a sus pensamientos e impresiones subjetivos, por ejemplo «estas butacas son unas lápidas», «la luz morada con la tonalidad de un corazón abierto». Y Ligotti, quien en la mayor parte de estos relatos discute la cualidad física e imperturbable de la realidad sometiéndola a la percepción, usa de un modo extremadamente hábil, y muy recurrente, la metáfora, siempre relativa a imágenes mórbidas, para construir un subtexto que refuerza de forma subliminal el mensaje del relato: la verdad está en el ojo del observador.
Y así nos lo presenta en relatos como "Los anteojos de la caja", "Los místicos de Muelenburg" o "A la sombra de otro mundo". En "Los anteojos de la caja" un cínico coleccionista de rarezas, aburrido del proceso por lo cual lo extraño y misterioso de cada nuevo descubrimiento acaba volviéndose mundano una vez el misterio se desentraña, engaña a un sugestionable amigo, hastiado de su entusiasmo soñador. Aprovechando una de sus visitas, le obsequia con unos sencillos anteojos que, dice —mediante un ampuloso e hipnótico discurso—, son un maravilloso artilugio capaz de mostrar otras realidades al portador. En "Los místicos de Muelenburg" tenemos un escenario similar —que se sigue repitiendo en muchos de los relatos— en el que un pupilo aparece ante un maestro, un místico, y le escucha pontificar sobre la naturaleza de las cosas. Klaus Klingman, que aquí juega el papel del maestro, explica que las cosas no son lo que parecen ser, y que optamos por ignorar esta verdad para salvaguardar nuestra cordura. La realidad es la percepción, luego, ¿qué existe más allá de nuestros sentidos? ¿Pueden esos sentidos ser entrenados para ver más allá? Klingman logra dominar la técnica y gracias a ello vive en un estado superior. Ve sin restricciones, ninguna, ni las que impone la muerte: así puede contactar con aquellos que ya llevan tiempo muertos y a través de ellos saber del curioso caso de Muelenburg. De cuando sus habitantes, en la oscuridad del siglo XIV, se perdieron un día sin razón aparente al margen de la realidad, atrapados en un crepúsculo permanente donde todo cambia de forma según las expectativas de su observador.
Estos relatos forman el núcleo temático puro de Grimscribe. Si bien todos, algunos más que otros, tratan estos temas, estos tres lo hacen de forma más específica y casi obsesiva.
En "La escuela nocturna" acompañamos a un alumno con una crisis existencial a la clase que imparte por las noches un excéntrico profesor portugués en un edificio abandonado, sucio y enfermo, en medio de un parque de árboles esqueléticos. Al recorrer la escuela a oscuras, preguntándose acerca del profesor y de la nueva tarea que pueda haberles preparado, el chico encuentra a otros alumnos — vagabundos y alucinados harapientos la mayoría— que le guían a la nueva aula donde se impartirá la clase y él podrá ver resuelto su dilema vital. En este relato, igual que en "La biblioteca de Bizancio" —que narra el extraño encuentro entre un niño poseedor de capacidades clarividentes y un interés artístico por el horror y un sacerdote devoto a la contemplación del sufrimiento como forma de alcanzar la iluminación— se percibe un toque de humor negro muy refrescante en un tomo con relatos tan densos.
Cierran Grimscribe. Vidas y obras dos relatos inclasificables: "La señorita Plarr" sigue la extraña relación entre un niño y la nueva ama de llaves que se ocupará del hogar durante la ausencia del padre y la enfermedad materna. en "La sombra en el fondo del mundo" una antigua fuerza despierta en una localidad rural con el fin del verano. Su poder subterráneo impone una estación antinatural de extraña calidez a la región e inspira sueños de putrefacción y oscuridad a los habitantes del pueblo. Como un antiguo dios pagano, lo que ha despertado escoge su sacerdote. Y como con una de aquellas deidades, puede necesitarse sangre para aplacarlo.
Es innegable que Ligotti no es autor para todos los gustos: no es un autor de masas y nunca lo será. Su estatus es el de autor de culto, ignorado por la mayoría, riéndose desde las tinieblas de los que se autoproclaman reyes del terror. Cuando, mucho después de su muerte, se escriba sobre la historia del terror en algún medio del siglo XXII, se nombrará a Ligotti entre los más grandes. Lo único que podemos hacer nosotros ahora es participar de las visiones que quiera seguir compartiendo y esperar que Valdemar nos las siga facilitando a buen ritmo.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.