China Miéville irrumpió en el año
2000 de la mejor forma posible, con
Perdido Street Station (“La estación de calle Perdido”, La Factoría de Ideas en castellano en 2001); era fantasía del nuevo milenio,
rompedora, inclasificable, caótica, y arrasó con todo ganando el
Arthur C. Clarke Award y el
British Fantasy Award de 2001, quedando
nominada al
Hugo, al
Nebula, al
World Fantasy, al
Locus y al
British
Science Fiction Award. En ella presentaba la ciudad de
Nueva
Crobuzón en el mundo de
Bas-Lag (de inspiración
steampunk), el mismo
donde seguiría con sus dos siguientes novelas,
The Scar y
The
Iron Council, ambas multipremiadas y nominadas a tantos otros
premios (y también editadas por La Factoría de Ideas como “La cicatriz”
y “El Consejo de Hierro”).
Quizás interesado en experimentar
fuera de Bas-Lag, sus siguientes novelas, Un Lun Dun (2007),
The city & the city (“La ciudad y la ciudad”, La
Factoría de ideas), Kraken (2010), Embassytown (Fantascy, 2013) y
Railsea (2012), las establecería en otras localizaciones, a
menudo nuestro propio mundo apuntándose a lo que hoy se conoce como fantasía urbana. Muchas de ellas fueron premiadas o nominadas
también, y es que Miéville parece despertar pasiones haga lo que
haga.
Aparte de sus novelas, China Miéville
ha guionizado cómic para DC ("Hellblazer" y la actual serie de "Dial H
for Hero") y escenarios de campaña de "Pathfinder", a parte de militar
en la International Socialist Organization y la International
Socialist Network, y ser candidato para el Socialist Workers Party en
UK en las elecciones de 2001. Habiendo estudiado antropología
social, doctorándose en Relaciones Internacionales por la London
School of Economics (2001), en la actualidad enseña escritura
creativa en la universidad de Warwick. Con un currículum tan
impresionante, es de extrañar que pueda mantener un buen ritmo de
publicaciones (académicas, además de obras de ficción), y sin
embargo lo logra, manteniendo un nivel de calidad altísimo. Y es que China Miéville es un genio; y
como tal, siguiendo el tópico, un excéntrico. Así lo atestiguan
sus novelas, que suelen mezclar las ideas más extravagantes con una
soltura casi "vanceana" para crear
mundos surrealistas, desbordantes de
imaginación, y a la vez, coherentes y creíbles.
“Las soluciones que propone a los dilemas que va planteando desde el inicio de la narración son, a veces, brillantes”
Kraken, la última de sus obras
publicada en España de la mano de
La Factoría de Ideas (premiada en
2011 con el premio
Locus a la mejor novela de fantasía), es un perfecto
ejemplo de ello, la quintaesencia de Miéville y la demostración de
que se pueden plantear los conceptos más retorcidos y desarrollarlos
sin caer en el absurdo que un autor menos hábil no podría esquivar.
Y es que
Kraken parece, bajo un primer escrutinio, una locura,
puro delirio: el Kraken, pieza estrella de la exposición, ha
desaparecido, literalmente, del museo;
¿cómo puede alguien robar ocho metros de calamar gigante ("Architeuthis Dux") flotando en un tanque en
formol sin que nadie, ni los guardias, ni los visitantes, ni ningún
encargado se percate? Billy, uno de los conservadores tampoco se lo
explica, y por más que insista en su desconocimiento, extraños
personajes empiezan a aparecer en su vida empeñados en que está
vinculado de algún modo con todo el asunto. Una brigada especial de
la policía dedicada a documentar y contrarrestar (cuando suponen un
peligro) los cultos y sectas que brotan como setas en el cuerpo del
Londres oculto quiere reclutarlo para la investigación al mismo
tiempo que la secreta iglesia del Kraken lo reclama como profeta. El
Tatuaje, el bidimensional señor de los bajos fondos, manda a
capturarle a dos esbirros, Goss y Subby, cuyo mero nombre evoca las
escenas más desagradables de los últimos cientos años de historia
londinense. Y por sobre de todos ellos flota una sensación de
malestar de origen incierto, de inminencia, un miasma psíquico de
miedo y expectación que sugiere que esta vez si, esta vez el final
de todo está realmente cerca. La solución de Billy ante este
embrollo es una huida hacia adelante; un intento de escapar a esta
situación donde se ha metido sin saber cómo ni porqué, a base de
intentar resolverla.
La desaparición del Kraken puede ser
solo un "mcguffin" para introducirnos en el complicado submundo de
Londres, una ciudad que vive a la sombra de la que todos conocemos,
por donde se mueven magos, cultistas, entidades sobrenaturales
sindicadas, bandas de maleantes místicos y reyes del crimen
enfrentados; o puede tratarse realmente del desencadenante del fin
del mundo, por el que tantos suspiran, deseosos de un final –y una
otra vida feliz y definitiva– tras este mundo convulso y cada vez
más agotador. En esta comedia oscura entran y salen excelentes
personajes e inolvidables secundarios, tales como Leon (que parece
un alter ego del própio Miéville), Billy, Wati (el líder sindical
de los familiares mágicos), Goss y Subby, el Tatuaje, Dean Purcell,
los Londromantes, el camaleón proletario, Colingswood, y muchos,
muchos más; moldeados con este humor oculto bajo una capa de total
seriedad que los hace a todos entrañables. Y el mayor personaje de
todos es quizás (a parte del Kraken) la propia ciudad de Londres;
Miéville parece estar obsesionado con las ciudades, ya que en todas
aquellas de sus novelas que he leído las trata casi como entes vivos
e independientes, formados por millones de células humanas, cemento
e historia acumulada en sedimentos. La propia ciudad (Londres, Nueva
Crobuzón, las ciudades hermanas de
La ciudad y la ciudad) toma
parte de los acontecimientos, ya sea personalmente o a través de sus
agentes; pero no es nada raro en un contexto donde el mar mismo tiene
una embajada en la ciudad, como la tienen tantas otras fuerzas
sobrenaturales.
Este concepto de las ciudades parece
heredero del planteado por Fritz Leiber en su Nuestra señora de
las tinieblas, novela de terror donde creaba la práctica mágica
de la “Megapolisománcia”, técnica mediante la cual se podía
usar y canalizar el poder inherente de las urbes para fines
personales; más tarde, Warren Ellis usaría la misma idea para crear
a Jack Hawksmoor, dios de las ciudades, uno de los miembros
originales del cómic “The Authority”; pero en ninguno de estos
otros ejemplos el autor logra crear una sensación de personalidad
propia tan marcada para su ciudad como Miéville.
“Una novela completa y bien tramada, ágil, entretenida y compleja”
Kraken es, definitivamente,
fantasía urbana, pero está a las antípodas de otros ejemplos (los
libros de “Harry Dresden”, por ejemplo) de este subgénero en
alza; al lado de la fantasía
punk de Miéville, la mayoría de las
demás parecen inocentes y desprovistas de color. Olvidémonos,
cuando leemos a Miéville, de los arquetipos del género;
sus magos
no siguen el estereotipo Merliniano: aquí son arúspices de Londres
que con una sierra mecánica abren la piel de asfalto de la ciudad
para leer las tripas de la urbe y agentes de policía desaliñadas con
más instinto que entrenamiento formal. Aquí, entre las páginas de
Kraken, “villanos” y “héroes” son conceptos abstractos
y completamente desdibujados; solo hay intereses, e intereses
opuestos.
Y hablando de intereses, el interés de
Miéville por temas sociales se nota en varios puntos, siempre de
forma discreta; sus ideas políticas se deslizan de forma casi
subliminal y toman una gran fuerza bajo el aspecto de metáforas como
la huelga de familiares mágicos y el modo como termina, o la
relación del poder establecido con el Tatuaje, rey de los bajos
fondos. Este tipo de relaciones también se podían establecer en su
trilogía de Bas-Lag, especialmente en El Consejo de Hierro,
donde se respira un agradable espíritu antisistema.
Desde un punto de vista más
“técnico”,
Kraken me parece casi irreprochable. Como viene
siendo frecuente desde los tiempos del
Drácula de BramStoker, la narración corre a cargo de más de un protagonista, con
lo que obtenemos una mejor visión de conjunto. Esta técnica
contribuye, además, a agilizar las cosas y a poder cambiar de
escenario fácilmente saltando de un narrador a otro sin pasar por
entre medios aburridos entre acción y acción. Miéville usa el
lenguaje sin pudor, adaptando o inventando términos según le
conviene, dando con ello sensación de mayor realismo. La trama principal se resuelve, creo,
de forma correcta y limpia, sin demasiados cabos sueltos; y en más
de un momento
uno tiene que reconocer que las soluciones que propone
a los dilemas que va planteando desde el inicio de la narración son,
a veces, brillantes. Quizás, si es que hay que encontrarle algún
defecto, diría que uno o dos de los personajes evolucionan hasta
finales que parecían poco dignos de su peso dramático, pero tal vez
esto se puede achacar o a un intento de reforzar el realismo (en la
vida real, el peso dramático que uno tenga no influye para nada en
lo que tenga que pasar) o a otra muestra del humor negro del autor.
En resumen, la saga de Bas-Lag (La
cicatriz, La estación de la calle Perdido, El Consejo de Hierro) es
la trilogía por la que conocí a Miéville, y me gustó tanto que
cada vez que anunciaba otra obra no perteneciente al ciclo de Bas
Lag, solía predisponerme negativamente a ella. Citando a Neil Gaiman
(en el documental The people vs. George Lucas), “Los fans saben
exactamente lo que quieren; los fans quieren más de lo último que
han leído y les ha gustado. Eso es lo que los fans quieren. Les ha
gustado esto que hiciste, quieren otro igual [...]”. No innovar, no
arriesgarse; me identifico con esto. Como fan de muchas obras de
ficción, es difícil aceptar que el autor quiera diversificar, tomar
otros caminos, experimentar; cuando amamos unos personajes, un mundo
inventado, queremos que sus creadores lo sigan alimentando; nos
apropiamos de su creación. Si Tolkien siguiera vivo, no se le
pediría que emprendiera un nuevo proyecto; se le exigiría más
acerca de El señor de los anillos. Una segunda parte. Un
spin off con alguno de sus personajes. Reconozco que es una actitud
inconsciente normalmente, e infantil; pero aún así, completamente
normal cuando nos movemos en estos campos de la fantasía, donde el
autor nos lleva a evocar otra realidad y, si lo hace con maestría,
consigue que la añoremos cuando termina el libro,
Esta era exactamente la sensación que
tenía con Miéville. Disfruté tanto sus novelas de Bas-Lag que
tenía cierta predisposición negativa a cada obra que sacaba fuera
de aquel universo. Deseaba leer más acerca de Nueva Crobuzón, no
asistir a tramas de novela negra en ciudades bipolares o a conflictos
diplomáticos en embajadas de planetas extraños; quería más de lo
mismo. Cuando leí La ciudad y la ciudad me gustó, pero no me
acabó de conquistar, aún reconociendo que es una excelente novela
muy merecedora de los premios que ganó. Ni lo hizo El rey rata,
ni Embassytown. Ha tenido que ser Kraken la
primera novela desde El Consejo de Hierro que me devuelva la sensación que sentía al leer La estación de la calle Perdido. No porque Kraken esté a su altura, no lo está, sino por
presentarme un escenario que conserva su espíritu de fantasía
urbana y steampunk, y que, además, es una novela completa y bien
tramada, ágil, entretenida y compleja. Con Kraken me he
reencontrado con Miéville, pero es un viaje que se puede hacer a la
inversa. Si no habéis leído aún nada suyo, empezad con Kraken, querréis seguir con todo lo demás, y al final, Nueva Crobuzón os
estará esperando.
La Factoría de Ideas. Rústica con solapas, 448 páginas en color, 20,95 €.