23 de mayo de 2018

El eco de la tragedia sobrenatural: ‘Oblivion Song’ de Robert Kirkman y Lorenzo De Felici


Narrar un desastre natural no es tarea fácil: se precisa de un narrador muy hábil para poner en situación al espectador y que este se muestre partícipe del relato de los acontecimientos y que no suenen distantes, lejanos, como si lo ocurrido no le terminase de llegar aunque ponga empeño en ello. Se dice que hay medios más fáciles que otros para contar la tragedia, unos dirán que la palabra escrita permite abarcar con toda la gramática disponible el hecho en sí, mientras que otros creerán a pies juntillas que el cine —o el videojuego—es el mejor medio disponible gracias a los efectos digitales y el potente sonido de una sala de cine o de un home cinema.

¿Y que pasa con el cómic? Es un vehículo a medio camino entre la literatura y el cine, con la diferencia de que es mudo. El cómic no sabe hablar, al menos no en el sentido literal de la palabra. El sonido, onomatopeyas aparte, depende del lector, quien debe situar en su cabeza todo un conglomerado de efectos sonoros tales como ruidos ambientales, explosiones, chirriar de puertas y todo lo que se le ocurra y sirva para ponerse a tono. Lo que quiero decir es que el cómic es un medio igual de bueno para contar un cataclismo, un desastre nuclear o una debacle postapocalíptica. ¿Acaso no lo ha hecho ya Robert Kirkman en Los muertos vivientes?

La razón de que diga esto es porque en no pocas ocasiones he escuchado decir que el cómic no sirve para contar según qué historias. Habrá quien lo crea. Otros no se lo tragan porque salta a la vista que el medio de las viñetas se ha usado otras veces, y con mucho éxito, para narrar periodos turbulentos de la historia de la humanidad, y no hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos: ahí tenemos Maus de Art Spiegelman o las historias de Joe Sacco.


El norteamericano Kirkman, siguiendo lo que parece una premisa análoga a Los muertos vivientespresenta en Oblivion Song un nuevo enfoque de la tragedia humana: la del desastre sobrenatural y cómo el homo sapiens reacciona a ella, para bien o para mal.

El guionista parte de un hecho crucial inventado —aunque como siempre digo, nunca se sabe—: 300.000 ciudadanos de Filadelfia desaparecieron hace diez años sin dejar rastro. El Gobierno, aun habiendo hecho lo posible por encontrarlos, ha abandonado la búsqueda en Oblivion, que es como se ha bautizado a la zona salvaje y plagada de monstruos de otra dimensión que apareció en el lugar donde debería estar buena parte de Philly.

Pero hay un personaje, un actante en todo este misterio sobrenatural, que no ha tirado la toalla: se llama Nathan Cole y es un científico que ha encontrado los medios para viajar él solo a Oblivion en busca de los habitantes desaparecidos. Lo bueno es que ya ha rescatado a unos cuantos que han conseguido llevar adelante una vida normal.


Los científicos siempre han estado de moda en la literatura —ahí está Ether de Matt Kindt y David Rubín—, son como los personajes multiclase de Dungeons & Dragons: saben pelear hasta cierto punto —previo entrenamiento, claro—, saben matemáticas, geología, zoología y muchas otras cosas acabadas en logía. E incluso hacen magia —¿qué es si no cualquier tecnología lo suficientemente avanzada como para resultar indistinguible del Saber Arcano?—. Kirkman ha encontrado un buen pilar narrativo en Cole, un científico de armas tomar, un llanero solitario, un buen samaritano, que sabe lo que se hace sabiendo de antemano que los riesgos que corre si le pillan son altos. Pero el precio vale la pena si hay gente a la que salvar del desastre —aquí entra el trasfondo personal de Cole ya que, por lo visto, su hermano se halla perdido en Oblivion—. Esto plantea, desde el otro punto de vista, algunas preguntas interesantes que tienen que ver con el meollo de Oblivion Song: ¿saben ellos que el mundo sigue existiendo? ¿Y si no quieren ser rescatados?

Para llegar a esa conclusión no hace falta avanzar muchas páginas de Oblivion Song ya que lo bueno del nuevo cómic de Kirkman es que, como en Los muertos vivientes, te mete de lleno en el asunto sin pases previos. ¿Cómo ocurrió todo? ¿Qué efectos especiales nos hemos perdido de la desaparición de media Filadelfia? Nada de eso. Oblivion Song va directo al grano: así están las cosas, ya ha ocurrido, ahora toca lidiar con las consecuencias. Pero no esperéis que Oblivion Song sea como Maus o Joe Sacco: no hay que olvidar que esto es ante todo entretenimiento y Oblivion Song no se ha escrito para ganar un Pulitzer. Es un cómic palomitero, pero encierra un mensaje, uno que con la complicidad del lector y los sonidos de ambiente adecuados es capaz de garantizar que Oblivion Song se convierta en uno de los cómics del año, en especial si le sumamos los constantes giros que da el guión a lo largo de las poco más de ciento veinte páginas que dura y un inesperado cliffhanger final. Es también una historia muy humana que te cuenta el lado menos positivo de todo esto: las secuelas tras pasar mucho tiempo en la franja opuesta, donde no hay caramelos, películas de juguetes parlantes ni supermercados.


Oblivion Song, vol. 1

Oblivion Song, vol. 1, 2018. Robert Kirkman y Lorenzo De Felici. Traducción de Ignacio Bentz. Planeta Cómic, 2018, col. “Independientes USA”, 144 págs. Rústica, 15,95 €.
El arte, qué decir del arte. Lorenzo De Felici se ha ganado el pan con los lápices, porque lo que en las primeras viñetas da la impresión de ser un cómic americano del montón pronto nos damos cuenta de que no es así. De Felici juega con la expresividad de los personajes, las posturas, los escenarios, la diversidad de los monstruos que pueblan Oblivion... Es la sencillez convertida en arte, porque para que el mensaje de Oblivion Song quede patente debe a su vez tratarse con una experiencia visual clara y directa. Claro que alguien tiene que llenar de color los dibujos de De Felici, y Annalisa Leoni sale al frente para redondear el conjunto con una gran paleta cromática que se ajusta perfectamente a los diferentes entornos por los que camina Cole.

Por eso el cómic es un medio tan bueno como cualquier otro para contar desastres apocalípticos, porque en manos de la gente adecuada puedes adentrarte en la distopía más salvaje o en la heroicidad más alocada.

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