26 de junio de 2017

‘La momia’ (2017), tócala otra vez, Tom

La nueva momia ha regresado del Antiguo Egipto para sembrar el caos en las calles de Londres, y ahí está Tom Cruise para reducirla a polvo faraónico. ¿O no?



Me gustan los remakes. Creo que desde el punto de vista artístico pueden darle la vuelta a una idea original, aportar nuevos conceptos o dar una visión refrescante de un tema, según el equipo creativo de turno. Pero en el caso de la nueva versión de La momia se les ha ido de las manos. La cinta carece totalmente de ritmo, resulta aburrida por momentos, y lo que es peor: Tom Cruise no encaja en ningún sitio.

Enfrentarse a La momia de 2017 es retroceder hasta los tiempos en que las películas de terror de Universal eran simplemente un pasatiempo que pretendían ponerle a uno los pelos de punta, e imagino —en ese momento andaba en otra parte— que lo conseguirían, si no no habrían tenido tanto éxito. Pero al público de hoy en día, el de las películas en Blu-ray a 4K, las tablets y el hiperrealismo en los videojuegos, es difícil sorprenderlo. Por eso el principal error, y que sabiamente no cometió Stephen Sommers en La momia de finales de los noventa —aunque la cagó a base de bien en Van Helsing— ha sido mantener el alma de película de terror. Porque La momia de 2017 ni asusta, ni sorprende ni te hace tirarte de los pelos mientras le lanzas el cubo de palomitas a la pantalla.

La premisa es la misma de siempre: la (ahora) chica egipcia de turno, traicionada por su padre al tener un heredero y hacer faraón al susodicho (y no a ella), se enfada tanto que tantea con los poderes oscuros, hasta el punto de que hay que acabar con ella cuando alcanza el nivel de tipa peligrosa y se carga a todo quisque. Las maldiciones tienen fama de durar eternamente, por eso Ahmanet —muy bien interpretada por Sofía Boutella— se despierta montones de siglos después, para sembrar el caos en el mundo moderno.


La trama, bien conocida por todos, no es nada de otro planeta, ya que se trata de un remake y por tanto había que ceñirse a la idea original. Sin embargo, la cinta contiene los suficientes elementos como para haber hecho de ella algo mejor de lo que es. Por un lado existe una organización secreta —algo así como la A.I.D.P. de Hellboy, pero en Londres— que se encarga de controlar a estos monstruos que de vez en cuando salen por el mundo. Es una buena idea, pero mal llevada, principalmente porque se nos presenta sin previo aviso, el que la dirige es un personaje vacío e innecesario interpretado por Russell Crowe —que resulta ser el doctor Jekyll—, y al fin y al cabo el tema no tiene relevancia alguna para el desarrollo de la cinta, sino simplemente para darnos un toque de atención sobre algo que conectará las siguientes películas que hará Universal sobre sus queridos monstruos.

Estamos ante una de las peores interpretaciones de Cruise [...] El personaje que le han escrito es poco interesante hasta decir basta.


Tampoco quiero centrarme demasiado en el aspecto narrativo, porque sencillamente es inexistente y más plano que las nuevas Oreo. De lo que quiero hablar es de Tom Cruise, aunque sea para quedarme a gusto. Y es que resulta que a este hombre —que no es que sea uno de los mejores actores de Hollywood, pero sus películas de acción son de buen ver, aunque los directores son otros— le debe haber pasado algo, porque estamos ante una de las peores interpretaciones de Cruise, y mira que en los últimos años ha hecho películas decentes como Oblivion o Jack Reacher. La prueba más evidente de todas es la conversación que tiene durante su primer encuentro con Crowe, donde Cruise no hace más que poner cara de palo cada vez que le enfoca la cámara.


Pero no es solo Cruise el problema, sino que el personaje que le han escrito, el rol que le han diseñado específicamente para él y que iba a suponer la presentación de ese universo de monstruos que se está fraguando, es poco interesante hasta decir basta —tampoco lo es la arqueóloga que lo acompaña— por no decir que no presenta ninguna habilidad, pero al menos sabe disparar —que menos, tratándose de un sargento del ejército— y dar puñetazos. El reclamo más llamativo de una película suele ser el protagonista, pero si el de La momia (2017) no tiene conocimientos de ningún tipo —ni arqueológicos, ni históricos ni nada por el estilo—, y para colmo no se desenvuelve bien en la mayoría de situaciones que se le plantean —vale, sale bien parado porque es el prota y sus deseos son órdenes—, hasta luego y gracias por el pescado. Nick Morton —así se llama el personaje de Cruise— es trasladado de aquí para allá como un pelele y no tiene ni idea de lo que quieren de él. Es el típico pícaro saqueador de tumbas que podría haber tenido un mejor desarrollo, pero ha terminado en agua de borrajas, como todo el filme. Muy distinto es Rick O'Connell en La momia de Sommers, un soldado que sabía lo que se hacía y tenía papeletas y buena iniciativa.

El principal error de cara a vez La momia (2017) es creer que puede llegar a ser un remake de La momia de Sommers —con Brendan Fraser y Rachel Weisz a la cabeza del reparto—, cuando en realidad ambas películas tiran por caminos distintos. Mientras que la cinta de Sommers era una recreación en clave de aventuras con el monstruo original —aunque Cruise diga en cierto momento “eh, ¿dónde está tu sentido de la aventura?”, lo que parece un chiste dirigido al espectador—, la de Alex Kurtzman —cuya experiencia proviene de las series de televisión— enfoca la mira en el género de terror y si bien sale airoso en algunas de las escenas de la película, el resto es mero entretenimiento para olvidar a los diez minutos o menos. Y ahora debo confesar que tengo un goblin cerca de la oreja izquierda susurrándome cosas obscenas y tirándome del pelo para que diga que si me dan a elegir entre La momia (2017) y Van Helsing —oh, también de Sommers—, me quedo con la segunda. Horror donde los haya, pero era honesta y, eh, tiene a Alan Silvestri.

Esperemos que esta no sea la tónica del resto de películas de monstruos de Universal y que aprendan de los muchos errores, porque una manzana podrida no debería estropear el cesto entero.

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